El traje nuevo del emperador

El flamante presidente tiene claras paridades con el emperador del cuento: se siente superior a los demás, sin límites ni controles, es vanidoso y cree que puede insultar a cualquiera y que todos deberán bajar la cara; y como el rey, es bastante más limitado de lo que se imagina y ha destruido a su Nación.

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Foto: Presidencia

Por José Miguel Fortín Magaña

2020-06-01 8:06:26

Escribió el cuentista Hans Christian Andersen que en un lejano reino gobernaba, hacía algún tiempo, un emperador arrogante y vano, que pensando solo en él y sintiéndose más inteligente de lo que era, fue estafado por unos ladrones que le hicieron pensar a sus cortesanos y a él que poseían una tela maravillosa que solo podía ser vista por los sabios, pero que era invisible para los bobos. Y aunque no había tal tela, todos en el reino dijeron verla para no quedar expuestos como tontos. Así, el rey del cuento salió desnudo en procesión, mientras todos alababan la hipotética confección.
En medio de la muchedumbre de aduladores había uno que no lo era y que, no teniendo ningún interés en quedar bien con el monarca y estando seguro de su propia inteligencia, gritó que el rey iba desnudo. A partir de entonces de poco en poco varios fueron reconociendo lo mismo y al final el fatuo emperador salió corriendo avergonzado, a pesar de que todavía entonces más de algún cortesano servil insistiera en lo bello de los ropajes del sultán.
Algo parecido pasa hoy en El Salvador. Tenemos un gobernante enamorado de sí mismo, quien nos muestra sus inexistentes “obras” en tuits o por las pantallas, mientras maldice a quienes se le oponen, acusándolos de todo lo que se le ocurra, en tanto el populacho, por miedo a ser señalado por los violentos secuaces del tirano, calla y aplaude.
Pero, ¿a qué obras se refiere el presidente? Hace un año prometió tanto; y tanto dijo que es fácil olvidar el gran aeropuerto de oriente, el tren rápido, el pago de la deuda, porque “cuando no se roba, siempre alcanza”, los funcionarios de lujo con los que gobernaría, en un Estado horizontal donde la voluntad del Pueblo sería soberana y en donde habría un respeto irrestricto a la libertad y a la separación de poderes. Hace un año dijo tanto que ya olvidamos las veinte obras por día que se comprometió a concluir; y ahora nos damos cuenta del más ineficiente gobierno que recordamos, que se resiste por la fuerza a dar cuentas de sus acciones, gastando a diestro y siniestro, sin control de gastos y con compras ridículas, fuera de proporción.
El flamante presidente tiene claras paridades con el emperador del cuento: se siente superior a los demás, sin límites ni controles, es vanidoso y cree que puede insultar a cualquiera y que todos deberán bajar la cara; y como el rey, es bastante más limitado de lo que se imagina y ha destruido a su Nación.
El califa salvadoreño no cree necesaria la existencia de los poderes Legislativo y Judicial y se le ha ocurrido que él basta y sobra para gobernar; así se burla de sus propios ministros y los ningunea descaradamente; y por culpa de los chinos, que le dieron un doctorado honoris causa, piensa que es doctor y está manejando al virus corona de la manera más desastrosa posible, siendo el gobierno el responsable directo de un protocolo médico fatal.
Los males no vienen solos y hoy, delante de la tormenta Amanda, en vez de prepararse, como lo hizo Guatemala y Honduras, el remedo de gobernante que tenemos mantuvo cerradas las ferreterías en el momento más difícil e impidió que la gente saliera de sus casas. Resultado: varios salvadoreños fallecidos o desaparecidos.
Es momento de que empecemos a mirar que este reyezuelo va desnudo; que no es más inteligente que otros ni más audaz; que vive con un miedo paranoico, resguardado detrás de las armas de sus matones; y que va siendo tiempo de que la Asamblea se ponga los pantalones y empiece por preguntarse si este rey sin ropa a lo mejor es también incompetente para continuar en el cargo. ¡Valor, ciudadanos! Llegó el tiempo de hablar.

Médico siquiatra.