Mercaderes de "verdades"

Conocer la realidad, como a nosotros mismos, es una práctica; construir nuestras verdades, nuestra cosmovisión, es el fin último del ejercicio de nuestra razón.

descripción de la imagen
Foto: AFP

Por Jorge Martínez

2021-06-03 7:56:56

El ser humano vive en constante molestia, y por diversas razones, nos molesta la realidad, la convivencia con los otros e, incluso, la convivencia con nosotros mismos. A mí me molesta el manejo de la opinión pública. Me inquieta, no por su calidad de herramienta para consolidar el diálogo de ideas, disentir y crear consensos, sino por la forma en la que, al opinar, muchos se creen obstinadamente conocedores, amos de la verdad. Y antes de escribir sobre un tema tan riguroso como lo es explicar el para qué de la verdad, y cómo se puede distorsionar, he de aceptar que mi análisis está limitado por mi bagaje conceptual del problema de la verdad. No pretendo, pues, redefinir la concepción de la realidad, solo llamo a un minuto de reflexión.
Y es que no hay aspiración que despierte más anhelo que la posesión de la verdad. Apropiársela para presentar y vender esa interpretación de la realidad de forma tan vil como nos seducirían para comprar un seguro, una tarjeta o un cupón. El problema aquí, en mi opinión, radica en pretenderla como un fin en sí mismo, un fin instrumental, no como un objetivo del propio conocimiento, porque quien maneja el discurso, puede condicionar comportamientos, masturbar las mentes de su público con goce cuasi sexual y, al fin, trastornar sociedades.
Y es que vivimos en una sociedad trastornada. Y la escena pública es un atrio obsceno, donde, tomando las palabras de un profesor, pareciera que, religiosamente, todos los días, dos zompopos disienten ante una cámara para ver quién puede convencer al observador de que su visión es la más fiel a lo que pasa. Y así nos instrumentalizan hasta el hartazgo. Un puñado de pseudointelectuales, profesionales de la opinión, que se creen dueños de la verdad quiere sustituir nuestra propia capacidad de razonar para que compremos ideas ajenas, como bienes transables, vendiéndole con hipnotismo a un público ignorante.
Pero, para llegar a esas verdades violentas de las que nos hablan, no cabe espacio para una construcción lógica, un argumento fundamentado, para el descanso. La inmediatez de lo contemporáneo afecta nuestra capacidad de reflexionar reposadamente sobre lo que pasa, sopesar lo que importa, lo que en realidad es superfluo y construir un criterio propio. Y es que, aterrizando en el problema, la verdad no es un ente objetivo, que exista fuera de nosotros, por lo que no podemos reducirnos a meros consumidores susceptibles. Tampoco es un ente estático, irrefutable y fijo, que se nos presente por contemplación; entonces tenemos que practicar nuestra capacidad de observar y discernir sobre lo que ocurre a nuestro alrededor.
Conocer la realidad, como a nosotros mismos, es una práctica; construir nuestras verdades, nuestra cosmovisión, es el fin último del ejercicio de nuestra razón.
Mientras no cultivemos esa práctica en nuestra vida diaria seguiremos siendo seres enajenados, espectadores de cómo otros construyen y moldean nuestra realidad y nos estaremos reduciendo a nosotros mismos a personas incapaces de construir un juicio propio, semipensantes. Reflexionemos por qué creemos en lo que creemos, por qué apoyamos lo que apoyamos, por qué defendemos lo que defendemos; cuestionémonos y vaciemos la vasija de convicciones tan absurdas como impropias de seres racionales.

Estudiante, Presidente del Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)